lunes, 6 de mayo de 2013

PLUTOCRACIA Y CIUDADANÍA


Hace años Abraham Lincoln definió la democracia como el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. Entonces, si compartimos esa visión inicial de la democracia, ¿cómo se puede denominar el gobierno de los ricos, por los ricos y para los ricos? Parece que el concepto ajustado a dicha realidad es el de plutocracia, o gobierno (anómalo) en el que existen influencias desequilibradas en la toma de decisiones a favor de los que ostentan las fuentes de riqueza, y que procura la máxima concentración de poder y riqueza propiciando alarmantes desigualdades económicas y sociales entre los ciudadanos.
Ya desde Platón y Aristóteles la plutocracia, u oligarquía económica, era considerada la expresión de una forma degenerada de gobierno. En la actualidad, puede hablarse de una plutocracia transnacional (supranacional o global) que, a través de ese ente llamado mercado tiene secuestrada a la humanidad. Sobre tal escenario, el sociólogo Heinz Dieterich ha dicho lo siguiente: "Que esa plutocracia prospere en la profunda crisis capitalista actual, mientras cientos de millones de personas ven arruinadas sus existencias, no sorprende. Es la nomenclatura que maneja el sistema y lo hace, por supuesto, en beneficio propio. Tiene un doble velo de teflón para protegerse de las masas y de las responsabilidades. De forma estatal teledirigen el sistema a través de sus lobbistas y peleles políticos en gobiernos y parlamentos; económicamente se ocultan en el anonimato del mercado mundial o mercado a secas cuyas decisiones determinan el bienestar y la miseria de las gentes".
El capital supranacional e impersonal impone lo que ciertos economistas califican con rotundidad un "estado de excepción económica permanente" y, al sucumbir ante el chantaje y la presión plutocrática y a los intereses de las minorías especuladoras, los Estados y sus gobernantes se muestran incapaces de garantizar el bien común y el interés general de sus ciudadanos. Esta forma de "capitalismo de amiguetes, de gánsteres o mafiosos" (como dice el sociólogo Álvaro Espiña), este "latrocinio organizado", apoyándose en la desregulación legal y administrativa de la economía, está generando un aumento de la pobreza estructural y la pérdida de los consabidos derechos sociales que tanto esfuerzo costó conseguir.
Es un hecho real que la consecuencia más visible de esta situación es la pérdida de la esencia del Estado de Bienestar, esencia que, por simplificar, consiste en la redistribución equitativa de los bienes básicos que satisfagan las necesidades de la ciudadanía. Y es una evidencia que los derechos humanos aunque en su origen pretendían "atrincherar" (Carlos S. Nino dixit) y proteger las libertades básicas, fueron ampliándose y extendiendo mediante la reivindicación de los llamados derechos económico-sociales con el fin de ofrecer una solución a las necesidades humanas más básicas.
Sin embargo, resulta hoy indiscutible que esos derechos económico-sociales (en realidad, conquistas ciudadanas), por ejemplo el derecho a un trabajo y un salario digno, a una pensión decorosa, a la protección de la salud, a una enseñanza pública de calidad, desarrollados con el fin de atenuar el olvido manifiesto de los sectores sociales más desprotegidos, están siendo literalmente mancillados por gobiernos liberales, ultraliberales y hasta socialdemócratas, cuando estos últimos fueron los que precisamente colaboraron de una manera razonablemente eficiente en su implantación y consolidación.
Ante las leyes del mercado y su influencia actual en los recortes sociales cimentados -¡cómo no!- en la crisis global, hay que exigir no sólo la preeminencia de los Estados democráticos frente al mercado sino también el control de este por parte de aquellos. Mientras, la mayoría de la ciudadanía denigrada y timorata vive en una posición de sumisión, de indolencia y apatía ante los poderes financieros y la pérdida de los derechos antes señalados y hoy desprotegidos por el Estado; elige convertirse en súbdita en vez de optar por la insurgencia; se sitúa en la unidimensionalidad y en el conformismo descartando la crítica, la disidencia y su potencial transformador. También está en crisis. ¿Hasta cuándo?
Artículo publicado en El Progreso el 27-IV-2013 (Columna O voo da curuxa)
(Traducción al castellano realizada por el propio autor)

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