Hace años Abraham
Lincoln definió la democracia como el gobierno del pueblo, por el pueblo y para
el pueblo. Entonces, si compartimos esa visión inicial de la democracia, ¿cómo
se puede denominar el gobierno de los ricos, por los ricos y para los ricos?
Parece que el concepto ajustado a dicha realidad es el de plutocracia, o gobierno (anómalo) en el que existen influencias
desequilibradas en la toma de decisiones a favor de los que ostentan las
fuentes de riqueza, y que procura la máxima concentración de poder y riqueza
propiciando alarmantes desigualdades económicas y sociales entre los
ciudadanos.
Ya desde Platón y
Aristóteles la plutocracia, u oligarquía económica, era considerada la
expresión de una forma degenerada de gobierno. En la actualidad, puede hablarse
de una plutocracia transnacional (supranacional o global) que, a través de ese
ente llamado mercado tiene secuestrada a la humanidad. Sobre tal escenario, el
sociólogo Heinz Dieterich ha dicho lo siguiente: "Que esa plutocracia
prospere en la profunda crisis capitalista actual, mientras cientos de millones
de personas ven arruinadas sus existencias, no sorprende. Es la nomenclatura
que maneja el sistema y lo hace, por supuesto, en beneficio propio. Tiene un
doble velo de teflón para protegerse de las masas y de las responsabilidades.
De forma estatal teledirigen el sistema a través de sus lobbistas y peleles
políticos en gobiernos y parlamentos; económicamente se ocultan en el anonimato
del mercado mundial o mercado a secas cuyas decisiones determinan el bienestar
y la miseria de las gentes".
El capital
supranacional e impersonal impone lo que ciertos economistas califican con
rotundidad un "estado de excepción económica permanente" y, al
sucumbir ante el chantaje y la presión plutocrática y a los intereses de las
minorías especuladoras, los Estados y sus gobernantes se muestran incapaces de
garantizar el bien común y el interés general de sus ciudadanos. Esta forma de "capitalismo
de amiguetes, de gánsteres o mafiosos" (como dice el sociólogo Álvaro
Espiña), este "latrocinio organizado", apoyándose en la desregulación
legal y administrativa de la economía, está generando un aumento de la pobreza
estructural y la pérdida de los consabidos derechos sociales que tanto esfuerzo
costó conseguir.
Es un hecho real
que la consecuencia más visible de esta situación es la pérdida de la esencia
del Estado de Bienestar, esencia que, por simplificar, consiste en la
redistribución equitativa de los bienes básicos que satisfagan las necesidades
de la ciudadanía. Y es una evidencia que los derechos humanos aunque en su
origen pretendían "atrincherar" (Carlos S. Nino dixit) y proteger las
libertades básicas, fueron ampliándose y extendiendo mediante la reivindicación
de los llamados derechos económico-sociales con el fin de ofrecer una solución
a las necesidades humanas más básicas.
Sin embargo,
resulta hoy indiscutible que esos derechos económico-sociales (en realidad,
conquistas ciudadanas), por ejemplo el derecho a un trabajo y un salario digno,
a una pensión decorosa, a la protección de la salud, a una enseñanza pública de
calidad, desarrollados con el fin de atenuar el olvido manifiesto de los
sectores sociales más desprotegidos, están siendo literalmente mancillados por
gobiernos liberales, ultraliberales y hasta socialdemócratas, cuando estos
últimos fueron los que precisamente colaboraron de una manera razonablemente
eficiente en su implantación y consolidación.
Ante las leyes del
mercado y su influencia actual en los recortes sociales cimentados -¡cómo no!-
en la crisis global, hay que exigir no sólo la preeminencia de los Estados
democráticos frente al mercado sino también el control de este por parte de
aquellos. Mientras, la mayoría de la ciudadanía denigrada y timorata vive en
una posición de sumisión, de indolencia y apatía ante los poderes financieros y
la pérdida de los derechos antes señalados y hoy desprotegidos por el Estado;
elige convertirse en súbdita en vez de optar por la insurgencia; se sitúa en la
unidimensionalidad y en el conformismo descartando la crítica, la disidencia y
su potencial transformador. También está en crisis. ¿Hasta cuándo?
Artículo publicado
en El Progreso el 27-IV-2013 (Columna
O voo da curuxa)
(Traducción al castellano
realizada por el propio autor)
EXCELENTE TEXTO.
ResponderEliminarMuchas gracias. Un saludo
EliminarEs verdad. La democracia burguesa sucumbe ante el poder egoísta de su plutocracia. Ese es el telos de la democracia capitalista.
ResponderEliminarTotalmente cierto. Un saludo afectuoso
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