En el
debate llevado a cabo en la Grecia antigua sobre las condiciones de la buena
vida, ningún filósofo destacado identificaba el éxito personal y colectivo con
el acopio de las riquezas materiales. En la República
de Platón sólo los artesanos trabajarían con el fin de acumular bienes y
abastecer a la polis, mientras que tanto a los guardianes como a los
gobernantes se les negaba la propiedad privada. En realidad, Platón entendía que
los gobernantes serían los encargados de dirigir la polis con justicia y
sabiduría si se encontraban libres del efecto corruptor del dinero.
Por supuesto,
esta propuesta utópica no salió adelante de la manera prevista por Platón y ni
siquiera su discípulo Aristóteles la apoyó. Este último, coherente con su
distinción entre el sentimiento natural del amor hacia uno mismo y el egoísmo,
defendía en su Política la necesidad
de conseguir los medios de vida necesarios para satisfacer las necesidades
supervivenciales (economía doméstica) frente a la antinatural y deshumanizadora
acumulación ilimitada de riquezas y la adquisición del dinero por el dinero
mismo.
En el
libro La Riqueza de las Naciones, Adam
Smith sostenía la tesis de que la riqueza en una economía de mercado consistía
en superar a la competencia con el fin de satisfacer los deseos de los
consumidores y justificaba las desigualdades resultantes de la persecución de
la riqueza bajo un sistema de libre empresa. Smith defendía el afán por
acumular propiedades y dinero junto con los placeres egoístas que generaban tal
provisión, siendo la libertad irrestricta del mercado (el "laissez faire"
liberal) junto con la "mano invisible" los pilares esenciales del
funcionamiento de la economía y del mantenimiento de la orden social.
Dejando Platón
al margen, el enfoque aristotélico es excelente, salvo que hoy en día los
especuladores demuestran ser más poderosos que la buena intención de Aristóteles
quien, basándose en criterios de proporcionalidad, prudencia y justicia
distributiva, proponía que el capital estuviera al servicio del hombre y no al
revés. Con otras palabras: en el universo filosófico aristotélico se definía la
vida (humana) en términos de lo que las personas son y hacen y no de lo que
tienen por lo que la riqueza no era, precisamente, el bien que el hombre debía
buscar sino un mero instrumento -en último caso- para conseguir otros fines más
elevados.
Puesto
que el mundo económico tuvo más en consideración a Smith que la Aristóteles, no
podemos sorprendernos de las consecuencias perversas de dicha elección. Al
entender que la eficiencia económica puede cimentarse sobre el egoísmo humano y
el interés propio, además de las desigualdades sociales nos encontramos con lo
que Ignacio Ramonet denominó la "práctica (ya banalizada) de la corrupción
global de dimensión estructural", es decir, la corrupción y la actividad
delictiva global como cimiento fundamental del capitalismo. Y así estamos.
Mientras, Aristóteles ni está ni se le espera.
(Artículo publicado en "El Progreso" el día 10-IV-2014. Traducción al castellano)
Ya no pensamos como especie... El capitalismo y por consiguiente, la sociedad de consumo, ha conseguido anular cualquier razonamiento útil y próspero para el ser y la comunidad. Lo llamativo es que haya tanta aceptación por un proyecto tan ambicioso y a la vez tan contraproducente. Tristemente parece ser mejor dejar que la pescadilla se siga comiendo la cola, que cambiar el enfoque y poner en marcha otras tácticas
ResponderEliminarUn saludo
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