“DEMOCRACIA PARTICIPATIVA”
Autor:
Elías
Pérez Sánchez (Grupo Doxa de Filosofía)
Es una evidencia
que estamos viviendo una realidad política poco edificante. Estos son tiempos
en los que la derecha pretende utilizar como modus operandi el
fin de la política, la reducción al mínimo del espacio público de debate
imponiendo otro espacio, el del mercado. Y en el espacio regulado por el
mercado no caben los derechos, el debate público, el debate político. No cabe,
ya que luego, la democracia. La lógica del mercado anticipa el fin de la época
de los derechos.
Por otra parte, en
las aguas descompuestas y sucias de nuestra democracia, surgen todos
los días cadáveres de dirigentes políticos corruptos que intentan reducir la
actividad política a un estercolero que
hay que remover con escoba hecha de xesta y de palo de salgueiro (o salgueiro do Incio é, dicía Fiz Vergara Vilariño, o mellor de Galicia).
Este estado de
cosas (por simplificar) supone un espectáculo desagradable y poco ejemplar que
está provocando ya desde hace tiempo una sensación de desafección ciudadana
hacia las organizaciones políticas como herramientas útiles y coherentes que
puedan llevar a cabo una (cada vez más) necesaria transformación social. La
democracia y la actividad política se sostienen sobre las virtudes de la
confianza y de la vergüenza, dijo en su momento la filósofa Victoria Camps,
y cuando dichos pilares muestran desvanecerse, una de las posibles
consecuencias puede ser que la ciudadanía llegue a vivir un estado de
desesperación colectiva y de hartazgo social que
derive en el deseo de un empoderamento ciudadano.
Así surgen mareas ciudadanas, plataformas cívicas,
iniciativas político-sociales (o cívico-políticas, como queramos) que hoy mismo
tienen un objetivo claro y evidente: darle el protagonismo a la ciudadanía en
el ámbito público y recuperar la iniciativa del debate político. Este hecho
reseñable de darle voz a la ciudadanía supera la tradicional democracia
representativa en beneficio de una democracia participativa consistente en la
organización o asociación de ciudadanos con la finalidad de ejercer una mayor
influencia directa en las decisiones públicas.
Hay buenas razones
por las que la democracia participativa debiera funcionar poco a poco y
conseguir el éxito: la ciudadanía tiene un conocimiento más íntimo y cercano de sus necesidades que los propios
políticos, la participación desarrolla la capacidad de las personas para
trabajar de una manera cooperativa y, por fin, la participación en la vida
pública hace que los propios ciudadanos consigan un mayor grado de
responsabilidad social.
En definitiva: la democracia participativa (la
"actividad participativa") puede ayudar a que la ciudadanía deje de cumplir el rol de mera espectadora ajena a
los asuntos públicos, ejerciendo como tal, y con la finalidad de convertirse en parte activa de la democracia. En suma: en convertirse en
mejores ciudadanos.
(Artículo publicado en “El Progreso” de Lugo el 13 de diciembre de
2014 y traducido al castellano)