“INDEFENSIÓN
APRENDIDA”
Durante
los años 70, los psicólogos Seligman y Overmaier desarrollaron una interesante
teoría que, si bien en un principio sirvió para explicar comportamiento animal,
posteriormente se ha mostrado con gran capacidad explicativa para un número
importante de comportamientos humanos. Seligman y Overmaier descubrieron que,
tras someter a un animal a constantes castigos y estados de shock sin
posibilidad de escapatoria, dicho animal no emitía ya ninguna respuesta evasiva
aunque, por ejemplo, la jaula en la que se le encerraba hubiese quedado
abierta. Con otras palabras, había aprendido a sentirse indefenso y a no luchar
contra ello. Posteriormente el fenómeno fue refinado en términos de una
percepción de no contingencia entre posibles conductas de evasión y sus nulas
consecuencias: hiciera lo que hiciera el animal siempre obtendría el mismo
resultado negativo. La consecuencia más directa del proceso sería la inacción o
pérdida de toda respuesta de afrontamiento. En esencia, éste es el principio de
su Teoría de la Indefensión Aprendida,
teoría que posteriormente ha sido aplicada al estudio de ciertos estados
psíquicos emocionales y conductas humanas como la depresión, la
autoculpabilidad, la carencia de autoestima, el fracaso escolar o el maltrato
femenino.
De
todas formas, dicha teoría ha sido en los últimos años trasladada al ámbito
social por parte de sociólogos y psicólogos sociales con el fin de explicar el
comportamiento pasivo y fatalista de la ciudadanía ante el constante ataque
político y económico que deteriora sus derechos más fundamentales.
En
efecto. La indefensión aprendida es considerada, en primer lugar, como una
patología social en tanto que comportamiento perezoso y conformista ante las
consecuencias más duras de la crisis económica actual como pueden ser el
desempleo, los desahucios, la pobreza generalizada, los recortes sociales,
salariales y de derechos que recaen en una ciudadanía que nada ha tenido que
ver con sus causas y que se siente incapaz de comprender las razones por las
que sus dirigentes son capaces de inducir un estado represivo de tan dudosa
compatibilidad con los derechos humanos más fundamentales.
En
segundo lugar, la indefensión aprendida es un estado patológico de miedo
colectivo. La activista Susan George declaró hace tiempo que “España se había
convertido en una rata de laboratorio capaz de soportar –y tolerar- el castigo
sin mostrar síntomas de inconformismo o
rebelión social”. Esta actitud es explicable desde la teoría de la indefensión
aprendida con cierta sencillez: las leyes, recortes y ajustes sociales son
administrados gradualmente a la ciudadanía como un veneno que la somete a una
ansiedad constante, contando muchas veces con el falso legitimador de
determinados medios de comunicación y líderes de opinión, y con la finalidad de
convencerla de la necesidad de aceptar resignada e inevitablemente la pérdida
de sus derechos. Es lo que se entiende como “la doctrina del shock”, a saber:
la finalidad última de semejante acción política (y manipulación mediática)
estaría encaminada a postrar a la ciudadanía en un constante estado de shock
provocando el temor, la parálisis social, la inacción, la pérdida total de
motivación, la renuncia a la esperanza de alcanzar los sueños y las metas
deseadas y el abandono de la posibilidad de la movilización social con el fin
de mejorar la situación social y económica en la que vive. En suma, se
trataría, pues, de generar en la ciudadanía un estado de desesperanza
aprendida, de fracaso interiorizado, de parálisis emocional y de miedo
patológico y colectivo.
La
estrategia es clara. El miedo, esa emoción básica que nos paraliza y provoca
inacción, está siendo utilizada políticamente como instrumento, por parte del
neoliberalismo (que es, indudablemente, bastante más que una teoría económica)
con el fin de alcanzar sus objetivos. Y lo hace de un modo eficaz demostrando también
que el miedo puede llegar a convertirse en un constructo social y cultural
intencionado e inducido.
¿Qué
hacer ante esta situación? Seligman y otros autores apelan al optimismo como
recurso para elevar la esperanza; apelan a la perseverancia y a la convicción
de que cualquier situación, por difícil que sea, es siempre evitable. Abandonar
la pasividad y la sumisión ante la realidad social en la que vivimos es
prioritario y para ello convendría recordar e interiorizar definitivamente
aquellas palabras de John Dewey con las que nos advertía que “una sociedad
libre es aquella en la que sus miembros poseen la capacidad de elección y
discernimiento, de comprender lo que ocurre en el momento en el que viven y de
ser capaces de cambiar su situación si así lo deciden”. La resignación no
parece, pues, la mejor de las opciones.
(Artículo publicado en "El Progreso" el 28 de Septiembre de 2013. Traducción al castellano del propio autor)