“DISTOPÍA
NEOLIBERAL”
“O voo
da curuxa”
Elías
Pérez Sánchez, Grupo Doxa de Filosofía
(Artículo publicado el 14 de febrero en "El Progreso" y traducido al castellano)
Durante el Renacimiento se produjo un florecimiento
espectacular del pensamiento utópico, en cierta medida recuperando el ideal
platónico dibujado en su República,
que no era otro que la búsqueda de un estado justo en el que prevaleciera el
interés común en detrimento del individual. Moro, Bacon y Campanella intentaron
describir sociedades inexistentes, perfectamente organizadas en las cuales no
se daban las lacras e injusticias del mundo en el que vivían. Las
utopías del Renacimiento mostraban sistemas políticos diversos, desde la
democracia representativa en Moro hasta una suerte de autoritarismo tecnicista
y esotérico en Bacon, pasando por un modelo casi teocrático en Campanella. Con
todo eran, por así decirlo, “fantasías del bien”, narraciones que transmitían
un optimismo cegador sobre el respeto por el bien común y por el humanismo
social rechazando las imperfecciones del mundo real y ofreciendo nuevas
cosmovisiones.
“Distopía” es el término comúnmente utilizado como
antónimo de “utopía” y ha sido ya desde finales del siglo XIX uno de los
subgéneros más ubicuos de la ciencia ficción. Una de las más conocidas es, sin
duda, “1984” en la que George Orwell nos advertía del grado de degeneración que
es capaz de alcanzar el ser humano si no
se le pusiera remedio. Parece que fue el filósofo liberal J. Stuart Mill quien
en 1868 utilizó por primera vez el término “distopía”, al menos en el ámbito
político, durante un discurso pronunciado ante la Cámara de los Comunes en el
que denunciaba la política de tierras (“The Irish Land Question”) llevada a
cabo por el Gobierno inglés en Irlanda. Dicha política, decía Mill, podría
elogiarse como utópica si fuera demasiado buena para ser practicaba, no
obstante, al ser demasiado mala, ruin e indeseable (implicaba la opresión del
Estado sobre la libertad individual), era más conveniente considerarla como
distópica o cacotópica.
La anécdota de Mill y las connotaciones que sugiere el
término “distopía” nos indican que tanto utopía como distopía representan dos
caras de una misma realidad: si la utopía nos sugiere una sociedad ideal, la
distopía sería una utopía invertida (“la fantasía del mal”) que representaría
la miseria y el sufrimiento de una sociedad aberrante y anómala tanto social
como políticamente.
Es cierto que la distopía posee una naturaleza irreal
o imaginaria (“1984”, “Un mundo feliz”
serían buenos ejemplos de ello), no obstante goza también de una naturaleza
real cuando el término es utilizado para describir sociedades con existencia
verdadera en las que la realidad transcurre en términos opuestos a los de una
sociedad justa e ideal. Y eso es lo que ocurre en la actualidad: estamos
sumidos en un contexto social y político marcado por el neoliberalismo y el
capitalismo “a cara descubierta” (una ortodoxa distopía del libre mercado)
alejado del tradicional acompañante democrático-liberal que supuestamente lo
humanizaba y que hace que la vida real resulte deteriorada, inquietantemente
inhóspita y escasamente edificante.