El debate sobre la
obligatoriedad de la vacunación contra el coronavirus sigue latente y se
mantiene todavía con más fuerza en los últimos meses a nivel nacional e
internacional. El debate se centra, sobre todo, en si esta decisión vulneraría
la libertad individual y si se trataría de una decisión paternalista, aunque la
discusión tiene varias aristas: por un lado, el posible encaje legal, por otro,
si es ético exigir la vacunación a toda la población (no susceptible de claros
efectos colaterales que la desaconsejen) y, finalmente, si es conveniente desde
el punto de vista social una decisión de tal calibre.
Una de las objeciones a la obligatoriedad de la vacunación es
la defensa de la libertad individual. Dado que en el ámbito sanitario el
ciudadano es libre para tomar decisiones estrictamente personales e íntimas, la
exigencia de la vacunación crearía una suerte de “mártires de la libertad” e,
incluso a sabiendas de que la no vacunación de una persona podría poner en
peligro “su” salud y “su” vida, cualquier exigencia externa sería una forma de
injerencia paternalista.
Sin duda, este argumento sería cuestionable ya que semejante intelección de la libertad (esa libertad “cervecera” a la que aluden determinados líderes políticos) omite que el epicentro de la libertad es