Sócrates erró. El conocimiento del bien no mejora a las personas. El filósofo griego consideraba que era imprescindible conocer el bien para poder realizarlo por lo que quien realizaba el mal, realmente era debido al desconocimiento del bien. Este “intelectualismo moral” o identidad entre conocimiento y virtud moral suponía una buena dosis de optimismo antropológico a la par que un racionalismo moral excesivo. Ciertamente, conocer el bien no implica practicarlo. Y la afirmación socrática ha sido fuertemente refutada a lo largo de la historia de la Filosofía, por supuesto.
Con
todo, en la tradición filosófica griega se impuso el llamado “ideal griego de
la política” por lo que la excelencia no se podía alcanzar a través del
individualismo sino a través de la política, es decir, en la vida comunitaria.
Aristóteles, en su libro Ética a Nicómaco, defendía la idea de que no
todo fin que el hombre desea alcanzar era, por sí mismo, bueno; el ser humano
debiera guiarse por las costumbres sociales, por las leyes que rigen la
comunidad, por la educación y la repetición de las buenas acciones siendo esto
último lo que genera el hábito de actuar bien. La felicidad y la virtud eran
considerados fines que debiera alcanzar el ser humano en la comunidad; los
vicios, además de alejar al hombre de su propia naturaleza, le alejan de su
objetivo esencial, esto es, ser feliz y aportar felicidad a la comunidad. Pensar
en los demás y en la comunidad era, para la tradición griega clásica, el deber
esencial del hombre libre. También, entre otras razones, porque el filósofo de
Estagira era consciente de que el ser humano, aisladamente, era incapaz de
satisfacer sus necesidades.
Íntimamente
relacionado con esto último surge la noción de vulnerabilidad, tal vez no como
principio moral, pero sí como condición humana. Dado que el ser humano es
vulnerable y capaz de sufrir, puede considerarse la vulnerabilidad una
dimensión que ilumina la idea de justicia social y que a la vez provoca emociones
afectivas como la simpatía, el afecto, la solidaridad, la benevolencia o la
vergüenza. Y que fundamenta lo que en la actualidad suele llamarse “ética del cuidado”.
A mi entender, Spinoza, Hume, Kant y Mill pueden ser considerados como
filósofos que han concedido a la vulnerabilidad una categoría de notable
importancia en su pensamiento ético.
Cuidar al vulnerable debiera ser, pues, objetivo de una sociedad cimentada en los valores de la Ética occidental, a la vez que una práctica ya interiorizada por una sociedad democrática y solidaria. Por ello resulta descorazonador observar que algunos políticos, sacerdotes, funcionarios, médicos jubilados, informáticos, militares, policías y algún que otro obispo se están saltando el plan de vacunación propuesto por los poderes públicos cuya lógica consiste en evitar más muertes a nuestros mayores y a los sanitarios situados en la primera línea en la lucha contra la pandemia. En definitiva: proteger a los más vulnerables. Semejante desvergüenza indica que tales personas han perdido (o nunca han tenido) la perspectiva de la gravedad de la situación pandémica y, muy probablemente, no sientan la indecencia moral que han cometido aunque, con toda seguridad, conocen perfectamente cuál sería la conducta correcta que debieran llevar a cabo.
Admitamos que Sócrates se equivocó. Admitamos también que en el mundo actual el individualismo y la independencia dominantes, considerados como valores casi despóticos, dificultan la capacidad de pensar y actuar con vistas a alcanzar el bien colectivo. Es evidente que, como bien señalaba Victoria Camps en su libro Paradojas del individualismo, vivir con los demás implica imponer límites a la libertad, que no hemos encontrado un equilibrio ni medianamente razonable entre libertad y convivencia y que éste es uno de los grandes problemas de las democracias actuales. Aceptar que hemos perdido los afectos de la simpatía, la compasión y la justicia hacia los más vulnerables resulta más duro de reconocer ya que eso implica el enterramiento definitivo del “ideal griego de la política” y de la ética del cuidado.
(Artículo publicado el El Progreso de Lugo el 30 de Enero de 2021)
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por participar en este blog.