Resulta tradicional, y en cierta medida monótono, insistir en que la búsqueda y la construcción de consensos en política son, de alguna manera, virtudes éticas, sobre todo cuando los desacuerdos pueden llegar a rozar la inconmensurabilidad. A lo largo de la historia de la filosofía política nos encontramos abundantes ejemplos de filósofos hicieron en esa necesidad, por lo que sería imposible citarlos a todos. No obstante, cuando la política parece deslizarse peligrosamente por el sendero de la posverdad y las tropelías políticas que se cometen llegan al extremo de pervertir cualquier concepto filosófico (y decente) de la verdad situando incluso a la simple mentira como una anécdota mínima en comparación con la falsedad máxima, ya empieza a resultar una ingenuidad esperar de la clase política (entendida como un todo) unos cánones mínimos de decencia. En este sentido debemos recordar que
el escepticismo podría ser entendido como consecuencia del acopio de conocimiento, mientras que el pesimismo sobreviene, en muchas ocasiones, por la acumulación de la experiencia. Y cuando lo dicho por la clase política no coincide con lo hecho, resulta difícil mantener la esperanza en ella.El
pasado 20 de Octubre y en el contexto de deliberación sobre la futura Ley
educativa LOMLOE (con nombre de estribillo musical) se votó en la Comisión del
Congreso NO CUMPLIR el acuerdo unánime que ella misma había adoptado en la
legislatura anterior, y que proponía recuperar el ciclo formativo en Filosofía
(4º de ESO y 1º y 2º de BAC) con la consiguiente sorpresa e indignación por
parte de la Red Española de Filosofía (de la que el Grupo Doxa de Filosofía de
Lugo formamos parte) y la propia Comisión. El acuerdo unánime consistía en
recuperar la Ética en 4º de ESO y la Historia de la Filosofía en 2º de BAC como
materias obligatorias. Este grave incumplimiento (pretender eliminar la Ética
en 4º de ESO) pone en evidencia el desprecio y el escaso valor que para el
Ministerio de Educación y determinados partidos políticos (a la sazón PSOE y
PNV, al menos) tienen los consensos parlamentarios. Por otra parte constata,
una vez más y resulta sobrecogedor, la nula sensibilidad que muestran los
dirigentes políticos hacia la imperiosa necesidad de formar éticamente a las
futuras generaciones. Es una situación absolutamente recurrente y ya discutida
en muchas ocasiones en esta columna por lo que este humilde cronista ya no
desea ofrecer contraargumentos ante la banalización de la formación ética.
Conviene
subrayar, eso sí, que la clase política no debiera confundir la Ética con la
moralina a la vez que debiera interiorizar, de una vez por todas, que la Ética
implica no sólo una reflexión racional sobre la moralidad, sino también una
justificación fundamentada de cuál debe ser el comportamiento moral de los
seres humanos. Será difícil ese empeño y la prudencia y la indulgente reserva
empiezan a no ser, ya, cualidades de este cronista.
La
práctica política está llena de crisis repentinas de mudez, sigilos, cegueras
“oportunas”, turbaciones calculadas, olvidos descarados propios de la miseria
del farsante. La desconsideración, el menosprecio ruin y la ceguera política no
cesan de progresar de forma indecente e hipócrita mientras los ciudadanos
soportamos los fraudes de la actividad política con excesiva condescendencia. Se
ve, definitivamente, que la Ética, en tanto que disciplina filosófica es
considerada por la Política como una rémora que limita la eficiencia y el
pragmatismo; sigue siendo la asignatura pendiente de la Política y no se
observan indicios apreciables que hagan pensar en que tal situación pueda
mejorar.
(Artículo publicado en "El Progreso" de Lugo el 7 de noviembre de 2020)
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