domingo, 17 de mayo de 2020

EL MODO DE VIDA CORONAVIRUS


 En un momento extremadamente complejo como en que estamos viviendo, debemos preguntarnos qué, cómo, cuándo cambiarán nuestras vidas a consecuencia de la pandemia. ¿Qué tipo de metamorfosis acelerada  nos impondrá el COVID-19 en el ámbito sanitario, social, económico?

La pirámide de prevención del virus impone sus criterios. Recordemos que dicha pirámide consta de cuatro niveles: el modo de vida coronavirus, la cuarentena voluntaria, la cuarentena total obligatoria (la actual) y la cuarentena sanitaria obligatoria. Lo fundamental del primer nivel es la prevención (implica distanciamiento social, uso de mascarillas e higiene en las manos, sobre todo). El segundo afecta al personal de alto riesgo (ancianos, pacientes crónicos, inmunocomprometidos, etc.). El tercero es el momento actual, la medida más efectiva para reducir el nivel de contagio. No lo elimina, pero lo reduce, como se está demostrando. El cuarto afecta a contagiados, sintomáticos, etc.  Los niveles 3 y 4 se apoyan en 1 y 2. Los niveles 1 y 2 son permanentes, deben fortalecerse y no tienen reemplazo ni sustitución mientras
dura el brote. Son el cimiento sobre el que se sustentan 3 y 4, de modo que si no se cumplen, el resto de la pirámide de prevención se viene abajo, con las consecuencias sociales y económicas que podemos suponer. El grado de cumplimiento de los dos primeros niveles indicará si en el futuro será necesario recurrir nuevamente a una cuarentena total obligatoria.

Todo esto supone un necesario cambio cultural que no debe perder de vista la llamada “sensación falsa de seguridad”. Con cuarentena o sin ella, minimizar, banalizar o descuidar el primer nivel implicará el desmoronamiento de toda la pirámide de prevención.

Es evidente, pues, que el virus y las condiciones de prevención sanitaria abren nuevos caminos llenos de incertidumbres. Por un lado exige un modelo de vida social aparente sustituyendo el convencionalismo social y la interdependencia directa por una nueva vida más individualizada, distanciada y despersonalizada, mayoritariamente conectada a través de las nuevas tecnologías digitales que puede (todavía más si cabe) reducir el ya exiguo sentimiento de empatía hacia la vulnerabilidad y fragilidad humana. También abre camino a la llamada “economía de confinamiento” de carácter digital dominada por las grandes multinacionales tecnológicas que podrán cerrar el paso, ya endeble, a la economía de proximidad. Posiblemente genere una mayor desigualdad social y económica ampliando la exclusión social y la vulnerabilidad económica provocando lo que algún economista ha citado como la “sociedad de los tres tercios” (parados de larga duración debido a la reducción drástica del factor trabajo, trabajadores temporales y grandes fortunas).

Resulta baladí recordar también que el virus y sus efectos reducirán al máximo las libertades individuales, el derecho a la intimidad y a la privacidad al tener que vivir en un Estado de constante vigilancia digital, de vigilancia intrusiva con el fin, por supuesto, de impedir nuevos brotes que pongan en peligro la eficacia del sistema sanitario y la salud de nuestros conciudadanos más débiles.

Por fin, un cambio político. Cambio que resulta complicado considerarlo como renovación política. Sería demasiado optimista. El cretinismo e histrionismo parlamentarios actuales no permiten albergar demasiadas esperanzas de cara al futuro. El historiador Keith Lowe comentó hace poco que Europa y los políticos actuales no han aprendido las lecciones de la II Guerra Mundial y sus consecuencias: “no somos tan sabios como nuestros abuelos –decía-, contaremos los muertos y lamentaremos la devastación de nuestras economías”. Y volveremos a las políticas austericidas, a la desigualdad y al infinito resentimiento hacia nuestros vecinos.

(publicado en "El Progreso" de Lugo el 9 de Mayo de 2020)

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