En un momento extremadamente
complejo como en que estamos viviendo, debemos preguntarnos qué, cómo, cuándo
cambiarán nuestras vidas a consecuencia de la pandemia. ¿Qué tipo de
metamorfosis acelerada nos impondrá el
COVID-19 en el ámbito sanitario, social, económico?
La pirámide de prevención del virus impone sus criterios. Recordemos que
dicha pirámide consta de cuatro niveles: el modo
de vida coronavirus, la cuarentena voluntaria, la cuarentena total obligatoria
(la actual) y la cuarentena sanitaria obligatoria. Lo fundamental del primer
nivel es la prevención (implica distanciamiento social, uso de mascarillas e
higiene en las manos, sobre todo). El segundo afecta al personal de alto riesgo
(ancianos, pacientes crónicos, inmunocomprometidos,
etc.). El tercero es el momento actual, la medida más efectiva para reducir el
nivel de contagio. No lo elimina, pero lo reduce, como se está demostrando. El
cuarto afecta a contagiados, sintomáticos, etc. Los niveles 3 y 4
se apoyan en 1 y 2. Los niveles 1 y 2 son permanentes, deben fortalecerse y no
tienen reemplazo ni sustitución mientras
dura el brote. Son el cimiento sobre
el que se sustentan 3 y 4, de modo que si no se cumplen, el resto de la
pirámide de prevención se viene abajo, con las consecuencias sociales y
económicas que podemos suponer. El grado de cumplimiento de los dos primeros
niveles indicará si en el futuro será necesario recurrir nuevamente a una
cuarentena total obligatoria.
Todo esto supone un
necesario cambio cultural que no debe perder de vista la llamada “sensación
falsa de seguridad”. Con cuarentena o sin ella, minimizar, banalizar o
descuidar el primer nivel implicará el desmoronamiento de toda la pirámide de
prevención.
Es evidente, pues, que el
virus y las condiciones de prevención sanitaria abren nuevos caminos llenos de
incertidumbres. Por un lado exige un modelo de vida social aparente
sustituyendo el convencionalismo social y la interdependencia directa por una
nueva vida más individualizada, distanciada y despersonalizada,
mayoritariamente conectada a través de las nuevas tecnologías digitales que
puede (todavía más si cabe) reducir el ya exiguo sentimiento de empatía hacia
la vulnerabilidad y fragilidad humana. También abre camino a la llamada “economía
de confinamiento” de carácter digital dominada por las grandes multinacionales
tecnológicas que podrán cerrar el paso, ya endeble, a la economía de
proximidad. Posiblemente genere una mayor desigualdad social y económica
ampliando la exclusión social y la vulnerabilidad económica provocando lo que
algún economista ha citado como la “sociedad de los tres tercios” (parados de
larga duración debido a la reducción drástica del factor trabajo, trabajadores
temporales y grandes fortunas).
Resulta baladí recordar también
que el virus y sus efectos reducirán al máximo las libertades individuales, el
derecho a la intimidad y a la privacidad al tener que vivir en un Estado de
constante vigilancia digital, de vigilancia intrusiva con el fin, por supuesto,
de impedir nuevos brotes que pongan en peligro la eficacia del sistema
sanitario y la salud de nuestros conciudadanos más débiles.
Por fin, un cambio político.
Cambio que resulta complicado considerarlo como renovación política. Sería
demasiado optimista. El cretinismo e histrionismo parlamentarios actuales no
permiten albergar demasiadas esperanzas de cara al futuro. El historiador Keith
Lowe comentó hace poco que Europa y los políticos actuales no han aprendido las
lecciones de la II Guerra Mundial y sus consecuencias: “no somos tan sabios
como nuestros abuelos –decía-, contaremos los muertos y lamentaremos la
devastación de nuestras economías”. Y volveremos a las políticas austericidas,
a la desigualdad y al infinito resentimiento hacia nuestros vecinos.
(publicado en "El Progreso" de Lugo el 9 de Mayo de 2020)
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