domingo, 1 de marzo de 2020

UNA DEMOCRACIA DECADENTE


En los últimos tiempos se debate ansiosamente sobre la crisis del sistema democrático, en concreto sobre la democracia representativa. Se dice, y con razón, que es imposible una democracia real en una sociedad sumergida en un mar de desigualdades sociales. Se dice, también, que es imposible una democracia auténtica cuando existe un déficit de información veraz y objetiva por parte de algunos medios de comunicación que impiden que la ciudadanía pueda deliberar y decidir acertadamente. Se insiste en que la gestión (discutible) de la crisis económico-financiera y las brutales consecuencias traducidas en empleo precario, salarios indignos, recortes de derechos sociales y de libertades o la propia violencia de género, están provocando estos últimos tiempos el sentimiento, en buena parte de la ciudadanía, de que la democracia y sus instituciones no son instrumentos adecuados para ofrecer una respuesta tranquilizadora y justa a sus sufrimiento e incertidumbres. Se discute, en fin, como se está empequeñecido la democracia al perderse, a pasos agigantados, la vinculación histórica con el pasado democrático y como se está perdiendo, también, la capacidad comparativa entre los regímenes autoritarios y los modelos políticos respetuosos con las libertades y el progreso.

Con todo, hay otras razones importantes (muy actuales, por cierto) que están provocando la erosión y la crisis de la democracia y es la pérdida del valor ejemplar y de la autoridad moral de la clase política. La decepción que está llevando a buena parte de la población ­–también a la ciudadanía comprometida- a desconfiar de la fuerza transformadora de la  actividad política es debida a la corrupción, la manipulación de las emociones de la ciudadanía a través de discursos fuertemente emotivos y carentes de reflexión deliberativa, la búsqueda del poder como meta exclusiva de las organizaciones políticas y la consideración de la política como un desmedido espectáculo repleto de descalificaciones, insultos y vejaciones que hacen de ella una actividad escasamente ejemplarizante y profundamente despectiva.
Malos tiempos para la democracia. Se están rompiendo los vínculos entre ciudadanía y clase política (no creo que se pueda, hoy en día, hablar de “élites políticas”, precisamente) como bien insisten las filósofas Adela Cortina y Victoria Camps. Tal vez tenían razón tanto Platón como Aristóteles cuando dudaban ya en los siglos V y IV a.C. de la eficacia del sistema democrático y analizaban con bastante profundidad, por cierto, su enorme fragilidad. Ambos filósofos coincidían al menos en una misma idea: una vez enferma e infectada la democracia, debido a la impostura demagógica en la que las bajas pasiones suplantan a las buenas razones, ésta tiende a transformarse paulatinamente en una tiranía que secuestra la política y que amenaza las libertades.

VERSIÓN EN LINGUA GALEGA:

Nos últimos tempos debátese ansiosamente sobre a crise do sistema democrático, en concreto sobre a democracia representativa. Dise, e con razón, que é imposible unha democracia real nunha sociedade mergullada nun mar de desigualdades sociais. Dise, tamén, que é imposible unha democracia auténtica cando existe un déficit de información veraz e obxectiva por parte dalgúns medios de comunicación que impiden que a cidadanía poida  deliberar e decidir axeitadamente. Insístese en que a xestión (discutible) da crise económico-financeira e as brutais consecuencias traducidas en emprego precario, salarios  indignos, recortes de dereitos sociais e de liberdades ou a propia violencia de xénero, están a provocar estes últimos tempos o sentimento, en boa parte da cidadanía, de que a democracia e as súas institucións non son instrumentos eficaces que ofrezan unha resposta  tranquilizadora e xusta aos seus sufrimentos e incertezas. Discútese, en fin, como se está  empequenecendo a democracia ao perderse, a pasos axigantados, a vinculación histórica co pasado democrático e como se está perdendo, tamén, a capacidade comparativa entre os réximes autoritarios e os modelos políticos respectuosos coas liberdades e o progreso.

Con todo, hai outra razón importante (moi actual, por certo) que está a provocar a erosión e a crise da democracia e é a perda do valor exemplar e da autoridade moral da clase política. A decepción que está a levar a boa parte da poboación –tamén á cidadanía comprometida- a desconfiar da forza transformadora da actividade política é debida á corrupción, a manipulación das emocións da cidadanía a través de discursos fortemente emotivos e carentes de reflexión  deliberativa, a procura do poder como meta exclusiva das organizacións políticas e a consideración da política como un desmedido espectáculo repleto de descualificacións, insultos e vexacións que fan dela unha actividade escasamente  exemplarizante e profundamente desprezada.
Malos tempos para a democracia. Están a racharse os vínculos entre cidadanía e clase política (non creo que se poida, hoxe en día, falar de “elites políticas”, precisamente) como ben insisten as filósofas Adela Cortina e Victoria Camps. Talvez tiñan razón tanto Platón como Aristóteles cando dubidaban, xa nos séculos V e IV a. C., da eficacia do sistema democrático e analizaban con bastante profundidade, por certo, a súa enorme fraxilidade. Ambos filósofos coincidían alomenos nunha mesma idea: unha vez enferma e infectada a democracia, debido á  impostura demagóxica na que as baixas paixóns  suplantan ás boas razóns, esta tende a transformarse paulatinamente nunha tiranía que secuestra a política e que ameaza as liberdades. A lección é clara: una democracia fortemente devaluada e una clase política cuestionada, en un contexto de crise económica e de valores morais e sociales indiscutible, e un cóctel que anticipa novos totalitarismos. Tanto a análise dos filósofos gregos como os feitos históricos do pasado poden servir de advertencia.

(artigo publicado no Xornal "El Progreso" de Lugo o 22-XII-2018)




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